Te echo de menos.
Ya está. Ya lo he dicho. Se supone que lo que más nos duele es lo que más
difícil se nos hace admitir o decir, ¿no? Pues yo acabo de hacerlo. Y lo voy a
repetir, te echo de menos. Te echo en falta en los buenos días, en los huecos
de media mañana, en los descansos de estudio, en la cena, en las madrugadas y
en ese ratito que nos sobra al final del día, y que nadie quiere…
Echo de menos
distraerme mientras estudio con tus mensajes chorra, porque ahora sólo me
distraigo mirando al vacío recordándolos... Añoro que te metas con el color de mis
sábanas, con mi acento, con mis gelatinas de 10 calorías, con mi modo de hervir
arroz, con mi ignorancia por la tabla periódica… Extraño tus llamadas, tus
mensajes de ánimo, tus ‘paridas’ que me hacían reír, tu babosismo – de babosa,
y no sé por qué el ordenador conspira contra mí y me dice que esa palabra no
existe-, las llamadas a deshoras, las conversaciones de horas, que poco a poco
fueron convirtiéndose en minutos…
En general, echo de menos todas las veces que
sé que tú te acordabas de mí y no me decías nada y las que yo me acordaba de ti
y prefería no comentar.
Echo de menos
todas y cada una de esas cosas. Y ahora, así de carrerilla, las dije todas.
Porque quizá nunca lo hice. Pero no puedo evitar entristecerme al darme cuenta de que ésa persona con la que tanta complicidad había ya no está. Y que, por mucho que pongamos de nuestra
parte incluso con nuestras buenas
intenciones, que las hay, tampoco volverá.
Y aquí estoy ahora
sentada mirando la pantalla del ordenador – cuando debería estar estudiando- con el
sabor agridulce que te deja una buena película al terminar.
… Y es
que cuando algo acaba siempre recuerdas
cómo empezó…
Kira