Kira no sabe

Kira respira, calla, observa, niega, sueña, duda, teme, anhela, odia, ama, ríe, llora. Kira a veces siente dolor, y a veces felicidad. A veces no se encuentra. Kira no entiende ni muchas cosas ni de muchas cosas. Kira es racional pero quiere creer. A Kira le gusta decir No, aunque diga que no. Kira puede estar todo el día hablando y a la vez sumida en el más completo silencio. No sabe escribir pero escribe.

10.11.13

Falta de costumbres

Otra vez mi cuarto está vacío.

Y es que me sobra espacio sin tus cosas revoloteadas por el suelo; sin tu ropa en mi armario, y sin tus zapatillas colocadas con esmero al lado de las mías.

Otra vez mi cama está vacía.

Y es que mi cama es demasiado grande esta  noche y que, como decía la canción, el universo cabe en una cama de noventa. No cualquier universo. El mío. Y esta noche, después de tener más hueco del que me gustaría, no tendré que estar desvelándome cada hora para ver si la manta está bien colocada y te está tapando. No tendré que estar pendiente de que pases frío o de que no estés muy en tu lado. En el filo. Tú lado, y mi lado. El filo de mi universo.
Y mañana, cuando despierte, no estará tu silueta, no notaré tu brazo, ni tu pierna, tu cuerpo. Sólo sentiré el inmenso vacío de una ausencia, de un olor y de un sentimiento pleno de felicidad. Mañana también tendré que hacer la cama. Sabes que odio hacer la cama; por eso cada mañana, te me adelantas y la haces rápidamente, aún cuando no te lo imploro. Haría la cama todos los días de mi vida siempre que la compartiese contigo. ¡Qué tonterías...!

Otra vez el aire huele a ti.

Antes de que partiera a la estación a despedirte, o mejor, a despedir una parte de mí, tuve que abrir la ventana. ¡Qué locura! Estamos a 6 u 7 grados y yo sólo quería que esta maldita habitación perdiese el calor que tú le das, el aroma que tú le das, el aire que tú le das; o el aire que tú me das. Quería que, al volver, el aire fresco hubiese invadido el cuarto, o mi alma, no lo sé; sólo quería que el frío entrase en mi cuerpo y despejase mi mente del calor que dejas en él.

Otra vez fui la última en irme de la estación.

Y es que no cambio. O mejor dicho, hay cosas que no cambian. No importa cuántas veces te despida; nunca, jamás, me acostumbraré a tener que hacerlo. Una vez más te pediré que dejes que toda la cola suba primero; para que tú seas la última persona a la que todos esperen. ¡Qué importa! ¿Acaso ellos tendrían prisa de despedir una parte de ellos mismos?
Esperaré pacientemente a que le enseñes el billete el conductor, subas, sueltes la mochila, te quites el abrigo, te sientes, y mires alrededor. Un alrededor que te inquieta, y al que sé que nunca te acostumbras, a pesar de que ya han sido unas pocas veces las que has pasado por ese tramo. Pero tus ojitos inquietos miran a todos lados y, finalmente, a mí. Y ahí estoy yo, afuera –o abajo para ti-, con las manos metidas en los bolsillos, una cara que lucha por no parecer tan sumamente triste a la que yo le llamo "cara neutra", y junto a una señora que no para de repetir que seguro que a su marido se le había olvidado el cargador del móvil.

Y el bus arrancó, dio marcha atrás y se marchó lentamente de la estación. Pero yo no me moví del mismo sitio del andén. Me quedo ahí, como siempre, quietecita, como esperando que milagrosamente un bus apareciese por el lado contrario de “Llegadas” y te viera bajar de él.

Otra vez me di media vuelta y volví cabizbaja.

Y el tramo se me hizo eterno, con lo rápido que se nos había hecho antes. La gente pasa a mi alrededor, algunos con maletas y otros simplemente pasean, y yo sólo quiero tener que cruzarme con una idea maravillosa que alargue indefinidamente la vuelta a casa. Pero no. ¡Mira…! Ahí está esa tienda de chucherías donde compramos cositas para ver la peli el otro día. Paso por el escaparate y creo que hasta el señor de dentro se me queda mirando; no sé si porque me reconoce o porque no sabe cómo definir la cara de esa chica que se te bate entre la tristeza y la añoranza de los recuerdos.

Fue cuando recordé una cita que leí de una buena amiga mía, y mejor persona, que decía,  entonces ella comprendió que no sería feliz sin sus despedidas y que no podría vivir sin sus buenos días.

Otra vez entré en mi habitación.
Y olía a ti.

Kira




29.4.13

¿Lo sientes?



Se abrazaron; y el mundo pareció haberse quedado quieto durante esas milésimas de segundos. Se abrazaron y todo a su alrededor pareció haberse quedado parado. No se escuchaba el bullicio de la gente, ni el ruido de los coches… Fue como si alguien de pronto le diera al mute y pudiésemos ver a la gente moverse de un lado a otro, los coches, los perros, los niños, autobuses; todos siguiendo con su camino y extrañamente en silencio. Pero ella se dio cuenta de que había una cosa que sí escuchaba, su corazón.

En medio de todo ese silencio, sólo percibía un sonido. El tranquilo pom, pom, pom, que parecía estar intentando decirte algo… Y de pronto se preguntaba si también se escucharía su propio corazón; e intentó articular palabras que sólo se quedaron en sus labios. Entonces la estrechó más entre sus brazos como queriéndole responder a una pregunta que no había sido formulada.
Igual se habían sincronizado sus corazones, ¿no? Como dos mitades que al unirse se complementan perfectamente; como cuando estás montando un mueble del Ikea y al terminar ves la perfección que has logrado y dices esto me va a durar lo menos diez años… y de pronto llega alguien, se agacha, coge algo del suelo, y dice te falta esta pieza… Y tú, con cara de incredulidad te preguntas dónde irá esa pieza y por qué parecía ese mueble tan completo si le faltaba algo tan esencial…
Sabían que su problema residía en que las piezas venían de fuera, como con los coches, que tardan días en arreglarlos y nos cobran una barbaridad por una pieza que dicen viene de Alemania. Y, de la misma manera que tenemos que esperar siempre semanas y semanas para unir todas las piezas, una vez que se separaban, cada uno se llevaba una pieza del otro. La imprescindible. Cayeron en la cuenta de que ese era el motivo por el que se abrazaban con tanta fuerza, sus piezas no querían desprenderse el uno del otro. Es lo que tiene la afinidad del alma… Hay cosas que están bajo la piel y ni se escuchan ni se ven, se sienten.
Kira