Hoy, porque es jueves, porque es julio, porque hace sol, porque escucho por la ventana
abierta la gente pasar en la calle, o quizá
simplemente porque quiero, voy a decir
tu nombre en voz alta. Sin que lo oiga
nadie, lo suficientemente fuerte para que mis labios lo pronuncien y lo
suficientemente flojito para que las paredes de este cuarto no me derrumben. Ya
está. Lo acabo de hacer. Y aquí fuera no se derrumbó nada, ni siquiera ahí dentro
noté el más mínimo temblor…
Una vez leí por ahí que el desamor tenía dos fases: protesta
y resignación, y que dichas fases pueden incluso activarte áreas cerebrales
conectadas al dolor físico. Cuando sentimos desamor, nuestro cerebro segrega
dopamina – la misma sustancia que segrega durante el enamoramiento-. El caso es que te dice que no te quiere,
o que te quiere como amiga, o que necesita tiempo, o simplemente no dice nada y
tu cerebro va y, ante esas palabras, empieza a echar dopamina a toda leche, y
justo cuando todo ha acabado y, debido al exceso de dopamina, notas que
te vuelves a enamorar como el primer día. En ese preciso instante sentimos esa 'fuerza' imparable que nos hace creer que no sólo podemos recuperar a esa persona sino mejorar los momentos que pasastéis juntos. Pero no llueve
eternamente y esta sensación se va. Tras la tormenta, vuelve la
calma. Siempre lo hace.
Yo pasé la fase de protesta. Protesté y luché. Luché porque no
sabéis cómo me jode el ¿Y si…? Yo no quería que hubiera ísis, ni
habría/hubiera/hubiese, ni interrogaciones sueltas. Luché porque creí que
merecería la pena. Luché por ti, pero sobre todo luché por mí. Porque si hubiera
tirado la toalla y hubiese dejado paso a los isis, jamás me lo habría perdonado.
Luché hasta cuando me dijiste que no había nada por lo que luchar, hasta que me
cansé de nadar a contracorriente, hasta que me obligué a dejar de ver donde sé
que no había nada, porque nunca lo hubo, luché hasta que me dolieron los ojos de
mantenerlos cerrados, hasta que yo misma no encontré un motivo para hacerlo…
Después llegó la resignación.
Y con ella el dolor, la tristeza, las preguntas sin respuestas… Agité la bandera blanca, tiré las armas, salí
al descubierto y grité: Me rindo. Me he cansado de dar y no recibir, de llorar,
de no poder entender, de las promesas que no valen nada, de tus ausencias, de tu indecisión, de tus quiero y no
puedo, de tu cinismo, de tu egoísmo, de ti. Y tras esta derrota, mis ojos
quieren cerrarse y darle el botón de apagar. Como si fuéramos
ordenadores, yo no deseo ni guardar cambios, ni nada, no quiero permanecer en
suspensión o hibernando. Quiero limpiar la papelera de reciclaje y cerrar
sesión.
Un buen día te
levantas, hablas, ríes, trabajas, limpias, y, en general, vives, notas que hay una paz interior que
hacía tiempo que no sentías y no sabes muy bien a qué se debe. Te entran ganas
de gritarle al mundo que has vuelto, que quieres sonreír, que quieres disfrutar
de las cosas más banales. Entonces compruebas el motivo de tu felicidad,
por llamarla de alguna manera, y te das cuenta de que la persona que no fue capaz de
quererte perdió la oportunidad más grande que se le podría haber presentado en
su vida y que alguien, el día de mañana, le agradecerá infinitamente que no
supiera verlo. Tú sí te pasarás el resto de tu vida preguntándote ¿Y si…? ... Y podrás encontrar a alguien que te quiera y a quien tu quieras, pero te aseguro que, jamás, será capaz de ponerte de nuevo al descubierto
las costuras de tu corazón como lo hice yo.
Sólo quería que supieras… Porque es jueves, porque es
julio, porque hace sol, porque escucho
por la ventana abierta la gente pasar en
la calle, o quizá simplemente porque quiero, que he dicho tu nombre en voz alta
y no he sentido nada.
Kira