Otra vez mi cuarto
está vacío.
Y es que me sobra
espacio sin tus cosas revoloteadas por el suelo; sin tu ropa en mi armario, y
sin tus zapatillas colocadas con esmero al lado de las mías.
Otra vez mi cama
está vacía.
Y es que mi cama
es demasiado grande esta noche y que,
como decía la canción, el universo cabe en una cama de noventa. No cualquier universo.
El mío. Y esta noche, después de tener más hueco del que me gustaría, no tendré
que estar desvelándome cada hora para ver si la manta está bien colocada y te
está tapando. No tendré que estar pendiente de que pases frío o de que no estés
muy en tu lado. En el filo. Tú lado, y mi lado. El filo de mi universo.
Y mañana, cuando despierte, no estará tu silueta, no notaré tu brazo, ni tu
pierna, tu cuerpo. Sólo sentiré el inmenso vacío de una ausencia, de un olor y de un
sentimiento pleno de felicidad. Mañana también tendré que hacer la cama. Sabes que
odio hacer la cama; por eso cada mañana, te me adelantas y la haces
rápidamente, aún cuando no te lo imploro. Haría la cama todos los días de mi vida siempre que la compartiese contigo. ¡Qué tonterías...!
Otra vez el aire
huele a ti.
Antes de que
partiera a la estación a despedirte, o mejor, a despedir una parte de mí, tuve
que abrir la ventana. ¡Qué locura! Estamos a 6 u 7 grados y yo sólo quería que
esta maldita habitación perdiese el calor que tú le das, el aroma que tú le
das, el aire que tú le das; o el aire que tú me das. Quería que, al volver, el
aire fresco hubiese invadido el cuarto, o mi alma, no lo sé; sólo quería que el
frío entrase en mi cuerpo y despejase mi mente del calor que dejas en él.
Otra vez fui la
última en irme de la estación.
Y es que no
cambio. O mejor dicho, hay cosas que no cambian. No importa cuántas veces te
despida; nunca, jamás, me acostumbraré a tener que hacerlo. Una vez más te
pediré que dejes que toda la cola suba primero; para que tú seas la última
persona a la que todos esperen. ¡Qué importa! ¿Acaso ellos tendrían prisa de
despedir una parte de ellos mismos?
Esperaré pacientemente a que le enseñes el billete el conductor, subas, sueltes la mochila, te quites el abrigo, te sientes, y mires alrededor. Un alrededor que te inquieta, y al que sé que nunca te acostumbras, a pesar de que ya han sido unas pocas veces las que has pasado por ese tramo. Pero tus ojitos inquietos miran a todos lados y, finalmente, a mí. Y ahí estoy yo, afuera –o abajo para ti-, con las manos metidas en los bolsillos, una cara que lucha por no parecer tan sumamente triste a la que yo le llamo "cara neutra", y junto a una señora que no para de repetir que seguro que a su marido se le había olvidado el cargador del móvil.
Esperaré pacientemente a que le enseñes el billete el conductor, subas, sueltes la mochila, te quites el abrigo, te sientes, y mires alrededor. Un alrededor que te inquieta, y al que sé que nunca te acostumbras, a pesar de que ya han sido unas pocas veces las que has pasado por ese tramo. Pero tus ojitos inquietos miran a todos lados y, finalmente, a mí. Y ahí estoy yo, afuera –o abajo para ti-, con las manos metidas en los bolsillos, una cara que lucha por no parecer tan sumamente triste a la que yo le llamo "cara neutra", y junto a una señora que no para de repetir que seguro que a su marido se le había olvidado el cargador del móvil.
Y el bus arrancó,
dio marcha atrás y se marchó lentamente de la estación. Pero yo no me moví del
mismo sitio del andén. Me quedo ahí, como siempre, quietecita, como esperando que
milagrosamente un bus apareciese por el lado contrario de “Llegadas” y te viera bajar de él.
Otra vez me di
media vuelta y volví cabizbaja.
Y el tramo se me
hizo eterno, con lo rápido que se nos había hecho antes. La gente pasa a mi
alrededor, algunos con maletas y otros simplemente pasean, y yo sólo quiero
tener que cruzarme con una idea maravillosa que alargue indefinidamente la
vuelta a casa. Pero no. ¡Mira…! Ahí está esa tienda de chucherías donde compramos
cositas para ver la peli el otro día. Paso por el escaparate y creo que hasta
el señor de dentro se me queda mirando; no sé si porque me reconoce o porque no
sabe cómo definir la cara de esa chica que se te bate entre la tristeza y la
añoranza de los recuerdos.
Fue cuando recordé
una cita que leí de una buena amiga mía, y mejor persona, que decía, entonces
ella comprendió que no sería feliz sin sus despedidas y que no podría vivir sin
sus buenos días.
Otra vez entré en
mi habitación.
Y olía a ti.
Kira